Es ya pasado el mediodía cuando logramos alcanzar la capital islandesa. La conducción ha sido tranquila debido a las dos ventanas delanteras que no tenemos y al esfuerzo por realizar un consumo mínimo de combustible que nos permita llegar y movernos por la ciudad hasta que consigamos algo de dinero para volver a echar gasóleo al Defender.
Buscamos en primer lugar el Consulado de España en Islandia. La experiencia de Adolfo en embajadas y consulados al moverse por el mundo a lo largo de su vida, es que lo resolutivos que sean depende totalmente de la persona que está a cargo. Así que con ayuda de una de las guías de información que tenemos y con un mapa buscamos la ubicación del Consulado y nos ponemos rumbo al lugar una vez que alcanzamos Reikiavik.
Llegados al lugar indicado, descubrimos que allí no está. Al preguntar a los vecinos nos indican que efectivamente allí ha estado ubicado, pero que ha cambiado de lugar. No dudan ni un instante en ayudarnos, buscando la posición actual del Consulado e indicándonos en el mapa, cómo llegar.
Nos movemos despacio por la ciudad, deseando que el combustible nos llegue. Logramos encontrarlo está abierto y en él conocemos a Margrét, la vicecónsul. Desde el primer momento, sentí en su mirada que transmitía mucha solidaridad. La sentí muy cercana y ello me lleno de nuevo de tranquilidad.
Las primeras gestiones a las que nos ayudó fueron a tratar de que nos enviase nuestro banco dinero desde España, por la vía de emergencia, para poder disponer de él en el mismo día. Es casi la hora de cierre de los bancos en España, así que hay que actuar con rapidez. Margrét tiene una reunión importante a la que ya llega tarde por dejarnos estas gestiones avanzadas.
A partir de ahí, ¿que os puedo decir? Resumido, muy resumido, pero entresacando lo importante y más significativo, os puedo contar que el apoyo de Margrét fue continuo, que necesitamos de su ayuda para varias gestiones a lo largo de ese día y del siguiente y siempre estuvo dispuesta y lo que es más importante, por delante del problema.
Gildo desde España gestiona alojamiento en Reikiavik para Cris e Irene. Eso me deja tranquila pues Adolfo y yo nos podremos apañar de cualquier manera y en cualquier lugar en el coche, esté ya cerrado con las ventanas o no. Al despedirnos de ellas me invade una tristeza profunda. Hoy quería que hubiera sido el día de Cristina, viéndola disfrutar entre los géiseres y sin embargo en un santiamén todo cambio su rumbo. “Cris, tratad de olvidaros del día de hoy cuanto antes, recordad todo lo positivo del viaje y disfrutad estos dos últimos días en la capital islandesa”. Un fuerte abrazo de Cristina me confirma que así será. Irene, espero que una vez cesen esas molestias musculares, puedas guardar en tu recuerdo una bonita travesía por este país tan especial.
Problemas de nuevo en el envío del dinero de emergencia, hacen que no nos llegue hoy. Tendremos que esperar a mañana. Margrét nos deja suyo, personalmente de su propio bolsillo para que podamos echar combustible al Defender y comer algo. Nos localiza el taller de Rover para poder ir a poner las ventanas. Aquí también percibimos la solidaridad de los islandeses, para todos es inconcebible el robo que nos han hecho. Islandia es un país muy seguro. No están acostumbrados a estos percances.
En el taller se quedan hasta el final del día, sobrepasando las horas de trabajo, hasta que consiguen darnos una solución. En la isla no hay ventanas para el mismo modelo y mismo año del vehículo, pero nos adaptan de forma provisional las más parecidas para que podamos regresar a España. Son flexibles también con el pago, permitiendo que desde España se haga la transferencia al día siguiente.
Margrét nos dio permiso para que pudiéramos dejar el Defender en el patio de atrás del Consulado y nos ofreció ir a poner la tienda en el jardín de su casa. Esa era nuestra idea y nuestra intención al ver que el Defender quedaba cerrado de nuevo.
Pero, ¿sabéis? No fuimos capaces de dejar sólo el vehículo e irnos a poner la tienda a otro lugar. La desconfianza se había apegado a nosotros. Así que como pudimos, Adolfo y yo, encogidos en los asientos del coche, dormitamos un poco esa noche que fue tremendamente larga y en la que mi mente no hacía más que revivir una y otra vez las imágenes del Defender con las ventanas rotas, las puertas abiertas y el interior completamente revuelto y caótico.
En el silencio de la noche, me invade de nuevo la tristeza. De nuevo regresa esa cadena de porqués a mi mente, quedando todos sin contestación.
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