Tenemos suerte y el río viene con menos caudal del que podría llevar. Sí, fijaros que aún así os decía ayer, que el agua en el punto de la instalación me llega a la altura de los hombros. Un poco más y no podría trabajar aquí. En verano lleva muchísimo más caudal y ahora en primavera es más aleatorio.
Antes de venir, estuvimos analizando con detalle las series de datos de años anteriores, para seleccionar un buen momento que nos permitiera hacer la instalación. A la única conclusión a la que llegamos es que debía ser la primavera, sabiendo que después íbamos a necesitar un factor de suerte. Y es que analizando las series anuales con detalle, en esta época puede pasar de menos a más caudal en tan sólo unos días. Y a continuación volver a disminuir y aumentar de nuevo. Es una época con muchas oscilaciones.
Evidente que mucho menos caudal hay en invierno. En esta estación estuvimos en una ocasión, el problema ahí es la cantidad de hielo que hay que dificultaría mucho nuestro trabajo en el borde del río, pero sobre todo las pocas horas de luz. Teníamos solamente 4 horas contando la penumbra del atardecer y del amanecer.
La mejor opción por tanto, venir en la primavera con días suficientes para tratar de encontrar algún momento con un caudal más bajo que nos permita el trabajo. De momento parece que está a nuestro favor. A ver si nos da tiempo a hacer la instalación antes de que suba el nivel.
El agua que me ha entrado en el traje está fría y siento como -sobre todo mis pies- poco a poco van perdiendo la sensibilidad. Tenemos una ventaja a la hora de fijar el carril metálico a la pared, y es que al ser de hormigón –recordemos que es un antiguo pilón del viejo puente- es bastante regular. De manera que los problemas que nos encontramos habitualmente al trabajar en paredes de roca, aquí no los tenemos.
Avanzamos bastante bien con el trabajo. Realmente se nota la experiencia que vamos cogiendo con este tipo de instalaciones. Metida en el río con el agua hasta los hombros, los pies sin tacto alguno, la taladradora en las manos y todas las herramientas frente a mí, pienso que cualquiera diría que soy profesora de matemáticas. Os puedo asegurar que una de las cosas que he aprendido en las expediciones, es que tienes que ser una especie de todo-terreno, tienes que ser capaz de tener autonomía en todas las facetas posibles, cuanto más variadas mejor.
¡Vaya! El viento vuelve a soplar con fuerza. Una racha que comienza con gran violencia, me lleva mis guantes de trabajo al río. Puedo salvar uno, el otro no logro alcanzarlo a tiempo, ha sido ya arrastrado por la corriente del río. Los había sacado mientras tenía que trabajar con las manos bajo el agua, para evitar tenerlos mojados… y ahora ni mojados, ni secos, uno ya no lo tengo. Con el frío, el viento y el polvillo de las perforaciones en la pared las manos sufren bastante y la protección de los guantes me ayuda mucho.
Adolfo, desde arriba del pilón, protege todas las herramientas y el material de instalación, parece que el viento va adquiriendo cada vez más fuerza. Nos vemos obligados a disminuir el ritmo de trabajo, pero tenemos que continuar, por lo menos hasta dejar la estación medio presentada.
Una de las veces en las que estaba en el borde del pilón -fuera del río, haciendo una sujeción- surgió una racha violenta de viento que me hizo perder el equilibrio. Por salvar una de las herramientas, caigo yo al agua. Menos mal que conocía bien como es el fondo del río en la zona de trabajo y gracias a eso evito golpearme con las piedras del fondo. Recordad que a través del agua –completamente opalina- no se llega a ver nada.
Termina el día y lo más fundamental de la nueva instalación queda hecho. Al día siguiente completamos el trabajo y los detalles más delicados. Se nos mantiene también sin llover y el viento ha aflojado un poco. El río ha comenzado a subir de nivel, pero ya nuestro trabajo es sobre el pilón. Finaliza el día y ya tenemos funcionando la nueva estación CPE-KVIA-64ºN de GLACKMA, que reemplaza a la anterior.
Ya casi en penumbra ha llegado el momento de la verdad. Mirar a ver si la antigua estación está funcionando. Cojo el ordenador, el cable de conexión, abro la tapa para acceder al lector de una de las sondas antiguas y… En mi mente pasó rápidamente a modo de película todo lo vivido recientemente en Patagonia: la sonda con la que no pudimos conectar, la caminata después por la montaña de 60 kilómetros para tratar de hacer otra prueba cambiando el software del ordenador… y la tristeza al ver que no era posible. Todos los medios y el esfuerzo personal para nada… Percibí de nuevo cercana la tristeza que me invadió entonces. Cuando tenía que regresar los 30 kilómetros de camino, después de no haber conseguido nada, teniendo que sacar fuerzas de donde no había… Todo esto pasó en unos minutos por mi mente mientras el ordenador se encendía.
Mi mano hace la conexión del cable y el lector, “¿qué ocurrirá ahora? Esta sonda es de la misma hornada que la de Patagonia. Son las dos estaciones que nos quedaban por reinstalar para sustituir las sondas más antiguas. En principio les quedaban unos 3 años de vida… Pero, ¿por qué aquella falló?, ¿estará esta igual?” Todos esos pensamientos pululan por mi cabeza, mientras el corazón late con fuerza, se me acelera el pulso… y de repente toda la alegría de tener la nueva estación reinstalada se disipa, como si una racha de viento la arrancara de mi interior. ¡No puedo hacer conexión con el ordenador y la sonda! ¡No puedo! De repente un silencio hondo me invade, mientras intento e intento. ¡No es posible, no lo es!
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