Salamanca. Llegada del Ártico. De -16ºC (bajo cero, ¡sí!) a 40ºC (sobre cero, ¡sí!).
Asfixiada. No soy persona. Necesito aquel fresquito. Mi mente remolona está allá todavía. ¡Es una privilegiada!
Me pesa todo el cuerpo. No soy capaz de hacer nada. Completamente desubicada. Tumbada en la cama casi desnuda. Delante, ese cuadro en penumbra. Mi primera inmersión en Svalbard.
Con la mirada penetro en el mágico paraíso de los hielos. Sonrío. Es del 2001. Estamos en el 2017.
Glaciares. Me regaláis una paz infinita. Me brindáis felicidad inmensa. Me hacéis sentir tremendamente afortunada.
Y tristemente desaparecéis a toda velocidad…
Yo solo soy un diminuto personajillo. Navego continuamente entre el mundo de los hielos y el mundo civilizado. Avisando, alertando. Esta es la realidad de las regiones polares.
¡¡Hola!! ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien me escucha? ¿Alguien me entiende?
Silencio… Todo sigue igual. Me invade la tristeza. ¿Qué puedo hacer? Habrá que olvidar ese deambular entre los dos mundos…
Me quedo dormida. Sueño…
-----------------------------------
Despierto. No, no es un sueño. O, sí lo fue... Pero se ha fundido con la realidad.
Un momento… ¡Eh! ¿Qué escucho?
Parecen vocecitas, suaves, lejanas. Risas infantiles, jóvenes, sinceras. Cada vez más cerca. Es ya un griterío. Contagioso alborozo. Ilusión desbordante.
Corean armoniosamente: “Karmenka, Karmenka, estamos aquí. No te olvides de nosotros. Mucha suerte en la próxima expedición.”
Emoción intensa. Un mar de lágrimas en mis ojos. Un mar que me brinda sus aguas. Un mar que hay que cruzar navegando. Este personajillo tiene que seguir surcando las aguas entre los dos mundos. El de los hielos y el civilizado.
A ellos… sí le importa. Y ellos estarán mañana… Con eso es suficiente.
Comentarios